martes, 18 de octubre de 2011

El legado de Supernanny


“Déjala sola, no le hagas caso”. Eso le ha dicho una madre a su hija cuando su nieta pataleaba enrabietada en el suelo. Acto seguido, la niña, de no más de 3 años, se ha levantado y ha salido corriendo hacia la carretera. Antes no se hacía así, porque antes no existía un programa de televisión en el que te enseñan a educar a tus hijos.



No es cuestión de culpar a la experta Rocío Ramos-Paul de los accidentes que puedan sufrir los niños sólo porque recomiende a los padres “dejarlos solos para que ellos mismos piensen en las consecuencias de sus actos”. No es para tanto. Pero sí es cierto que el teatro que forman en los hogares cuando Supernanny entra en acción penetra en los telespectadores.


Al ver hoy la escena que he descrito, me ha venido a la cabeza el breve momento de sofá del viernes en el que vi el programa de Cuatro y una reacción en particular de la madre protagonista de esa noche: quería volver del parque a casa con su hija y ésta se empeñaba en seguir jugando. Rocío le aconsejó/empujó a que diera la espalda a la niña y empezara a andar. Bastante atrasada, la hija lloraba como una descosida corriendo de un lado para otro, ya en la calle. La misma escena, la misma consecuencia. Las dos niñas se dan cuenta de que son ellas las que tienen que ir hacia la madre, y no al contrario.





Supernanny estará en lo cierto con sus teorías puestas en práctica todos los viernes por la noche a través de la pantalla. Pero yo no puedo evitar pensar que, cuando crezcan, esas hijas pueden enterarse de cómo arriesgaban sus madres para que entraran en razón. Eso sí, serán personas educadas que abandonaron sus rabietas gracias al legado de esa gran mujer.

lunes, 17 de octubre de 2011

El límite


Decimos a veces que lo bueno, si es breve, dos veces bueno. Pues bien, en los últimos años nos hemos tomado muy en serio esta expresión en un aspecto muy concreto: las comunicaciones sociales. Ya no hay párrafos, no escribimos más de dos líneas seguidas, sólo usamos punto y seguido o punto y final; no hay punto y aparte.

Nuestras mentes se han acostumbrado tanto a leer comentarios en Twitter, Facebook, Tuenti, WhatsApp y demás inventos que hasta los mensajes de texto que enviamos con el móvil aprovechando todos las letras que se puedan se nos hacen largos. Incluso los tweets en los que se utilizan los 140 caracteres hacen daño a la vista; resultan cansinos. Una simple expresión, dos como mucho, acompañadas de un enlace es lo habitual. Y quien lo lee tiene tres opciones: no ampliar la información y pasar a otro tweet, pinchar en el enlace y conformarse con leer el titular de la nueva ventana o, la menos probable, abrir la nueva página y leer hasta la última palabra de lo que el otro twittero nos ha recomendado. Si el enlace lleva a un vídeo de Youtube, nos evitamos tener que elegir, lo vemos entero.



Lo que podemos contar en cuatro o cinco párrafos no lo contamos. Y quien diga que sí, miente. En tres líneas no se puede transmitir lo mismo ni se puede explicar lo que realmente queremos contar si utilizamos para ello un sitio Web escrito por otra persona. Todos tenemos opinión, y mucha. Si seguimos a este ritmo, nuestras cabezas se van a acostumbrar tanto a lo breve que acabará pensando así, con límites de ideas e intentando reducirlas a toda costa para que nos las acepten.