jueves, 8 de julio de 2010

Se vende España


Con el escudo a la derecha o a la izquierda, igual que la orientación política de quienes las colocan, las banderas de España invaden los balcones. Es verdad que lo más importante no es que estén del derecho o del revés, ni que tengan más o menos lustre. Tampoco es muy relevante si está perfectamente estirada o, por el contrario, parece que va a volar en cualquier momento. Estos días el fútbol nos saca los colores y demuestra que, a veces, nuestro país hace cosas buenas.





No es que los problemas económicos, políticos y sociales vayan a desaparecer cuando el árbitro pite el final del partido decisivo si “La Roja” lo gana. Tampoco parece muy factible que Casillas, Villa, Torres y compañía vayan a repartir con todos nosotros lo que están ingresando en estas semanas de competición mundialista. Pero los momentos de alegría que el deporte rey proporciona no los pueden eliminar en el Congreso ni en las ruedas de prensa de nuestros mandamases. Sólo faltaba eso. Da tranquilidad ver que las portadas de los periódicos y las piezas de apertura de los informativos no tratan del G-20 ni de la UE ni de corrupción. No es que haga falta rebuscarlas mucho porque siguen estando presentes, pero en un segundo plano. Ahora toca deporte, toca fútbol, toca lucir el color rojo hasta en las chanclas. Lo de menos es si la camiseta es tu talla o si es de cuando Alkorta aún jugaba. Da igual.

La convivencia de personas de muy distintas nacionalidades en nuestros barrios hace que haya banderas intrusas que quieren hacerse un hueco. Por ahí se ven algunas de Brasil, de Chile y de Portugal. Y se ven otras de color anaranjado con letras y números generalmente negros. En unos casos lucen solas y en otros acompañadas de las que antes mencionábamos. Si achinas los ojos para verlas mejor puedes leer: “Se vende” o “Se alquila”. Esas no son intrusas; es más, llegaron antes y ahora no son las protagonistas. Y son el más claro ejemplo de que el fútbol apenas cambia nada, que el lunes sus dueños seguirán pendientes del teléfono por si alguien quiere comprar y disfrutar del próximo Mundial en esa misma casa en la que hoy se confía más en 23 jugadores que en cualquier político con traje y corbata.