miércoles, 17 de marzo de 2010

Espejismos de eutanasia


En Andalucía ya se permite lo que llaman muerte digna. El Parlamento autonómico ha aprobado hoy una ley por la que el paciente podrá negarse a recibir un tratamiento que le prolongue la vida artificialmente. Sí, la eutanasia en España es ilegal, eso está claro. De hecho en ningún momento se ha reconocido que el enfermo podrá decidir cuándo morir, pero al menos es un paso, un derecho más.

IU, PSOE y PP han votado a favor, aunque con matices. Los populares andaluces no estaban de acuerdo con algunos artículos de la nueva ley, como el referente a la objeción de conciencia de los médicos en estos casos. La izquierda se ha opuesto a reconocer ese derecho una vez que el paciente ha decidido rechazar el tratamiento. Hacerlo sería obligar a alguien a vivir en contra de su voluntad y, en mi opinión, eso debería ser tan delictivo como lo es provocarle la muerte bajo su expresa petición.

Desde que tengo uso de razón creo que he estado a favor de la eutanasia. No tanto de esta denominación, que me parece estar ligada aún a un fuerte tabú, como de lo que implica. ¿No puede una persona pedir ayuda a otra para acabar con su vida si cree que las condiciones de salud en la que vive no son las adecuadas? Bien es cierto que del nivel de participación de ese segundo sujeto en la muerte varié la calificación de ayuda a asesinato. Como en todo, hay casos y casos.

La Iglesia siempre se ha mostrado firme en este aspecto. Su “no” rotundo sale a escena cada vez que la polémica resurge. Para ellos el derecho a la vida es lo primero, al igual que ocurre con el tema del aborto. Sin embargo en esta ocasión también han tenido en cuenta los beneficios de esta nueva ley en la “humanización del proceso de la muerte”. Con matices, claro está. Uno de ellos es que no se debería dar tanta importancia a la autonomía del paciente, es decir, que no debería tener tanto peso lo que decida sobre su propia vida. Y entonces, ¿quién debe decidir en mayor medida que él? Según publican hoy los medios, las autoridades eclesiásticas temen que esta ley promueva la “eutanasia encubierta”. Encubierta o no, con ese nombre o con otro, reconocida o rechazada, parece que estamos un poco más cerca de ella.

martes, 16 de marzo de 2010

El Gordo de Carcaño


Un donante anónimo ofrece un millón de euros a quien dé una pista fiable que lleve a descubrir el cuerpo de Marta del Castillo
, desaparecida en enero del año pasado. Su presunto asesino, Miguel Carcaño, no ha dicho aún la verdad sobre el paradero del cadáver y ahora puede ser el momento.

Según hemos podido saber hoy la intención de quien ofrece tal cantidad de dinero es acabar con el sufrimiento de la familia de Marta, que ya no sabe dónde buscar. Primero se hizo caso a la confesión de Carcaño y se examinó el rió Guadalquivir a su paso por Sevilla. No se encontró nada. Después se buscó en un vertedero sin hallar ninguna pista y más tarde fue la entonces novia de Miguel quien dio otra pista que tampoco ha servido para nada. La familia también ha tenido sus corazonadas sobre dónde podría estar el cuerpo de Marta y lo han buscado hasta con sus propios medios. Todo esto parece el juego de la gallinita ciega en el que los acusados marean a la policía, a los jueces, a la opinión pública y, sobre todo, a los familiares de la joven. Por miedo o por frialdad, no lo sé, pero aún no creen que haya llegado el momento de confesarlo todo. Si un millón de euros hace que la mente calculadora de esos asesinos reaccione será una muy buena inversión.

El abogado al que el donante le ha confiado el dinero asegura que hay muchas posibilidades de que el entorno de Miguel Carcaño o Samuel Benítez, el otro supuesto implicado, acaben llevándose parte de la recompensa. Ellos saben dónde está el cuerpo y quizá alguien más también, así que no sería nada raro que entre ellos o de forma independiente quieran ganar su particular lotería. Si se encuentra el cuerpo habrá caso y serán juzgados, así que directamente no podrán disfrutar del dinero. Seguro que otros lo hacen por ellos.




Ojalá no sea así. Quien tenga información relevante deberá contarla en menos de un mes si quiere recibir la recompensa. Pero fuera de la familia o los amigos más cercanos de los implicados me cuesta pensar que existe gente que sabe dónde está el cuerpo y no ha hablado. Si fuera así, no se merecería tal premio.

lunes, 15 de marzo de 2010

Querido diario,


Entre todos los titulares que inundan las ediciones online de los periódicos generalistas siempre hay algo diferente. Algo diferente a lo que a las tres de la tarde y a las nueve de la noche nos repetirán nuestros colegas de los informativos en televisión. No habla de declaraciones de políticos, por suerte. Tampoco se refiere a Díaz Ferrán ni a otros temas relacionados con la economía. Ni mucho menos nos cuenta quién marcó goles ayer ni como levantó el trofeo Fernando Alonso. Aunque no lo sepamos porque no nos lo ponen bien visible, hay más temas, más historias. Una de ellas ha salido de un diario personal veinticuatro años después de ser descubierto y casi seis décadas después de haber sido escrito.

El titular que nos anuncia esta nueva y a la vez vieja historia es muy pequeño, apenas se percibe en la maraña ordenada de letras e imágenes que inunda la home de Elmundo.es. “Un gallego contra el Holocausto”, se lee. El tema, nada novedoso, pero aún así, interesante a pesar del paso del tiempo. Un clic nos desvela qué tiene de especial esta nueva referencia al régimen nazi y a quienes lucharon contra él. Se trata de un libro que ha salido al mercado para desvelar otra de tantas y tantas vidas que quedaron marcadas antes, durante y después de la II Guerra Mundial en toda Europa. Patricia Martínez de Vicente, su autora, cuenta en esas páginas cómo ayudó su padre, Lalo Martínez, a escapar a numerosos presos, checos y polacos generalmente, detenidos en un campo de concentración español durante el franquismo. Ese es el resumen básico, lo que ya se ha contado en reseñas publicadas en distintos medios y en la Web de la editorial que lo ha sacado a la luz, La Esfera de los Libros. En ella podemos leer los primeros párrafos en los que, a modo de introducción, la escritora narra el descubrimiento del diario de su padre y cómo buscó durante décadas dar sentido a todo lo que en él se había explicado.

Esta historia nos hace pensar una vez más en el valor de las palabras, aún cuando un entorno de represión impide sacarlas a la luz de cualquier forma. Los diarios personales nunca han sido del todo privados porque, tarde o temprano, sus páginas acaban siendo leídas. Aún así, parecen ser una fuente inagotable de visiones y versiones de la historia que de otra manera no habrían podido ser contadas. Ya ocurrió con el que escribía Ana Frank mientras permanecía escondida de la persecución nazi con su familia judía en Ámsterdam. En ese caso no había claves, ni nombres comprometedores, ni planes secretos para burlar al enemigo alemán. Pero había una historia, una familia que, como las de los presos que salvó Lalo Martínez, sufrieron la represión tantas veces contada.

De este nuevo libro me sorprende el título, “La clave Embassy”. No porque no tenga nada que ver con la historia, porque en el salón de té del mismo nombre se fraguaban los planes de Lalo y sus compañeros. En mi opinión, es poco llamativo, sobre todo para los lectores españoles. Solamente suena a novela negra, a misterio. Si alguien que mire su portada en una librería sin detenerse demasiado y además no es de Madrid y no conoce este establecimiento que aún existe, ni se imagina de qué puede tratar. Por suerte o por desgracia, la esvástica que suele acompañar este tipo de publicaciones nos es muy familiar y nos traslada a una época y unos hechos concretos que sí nos pueden hacer coger el libro y analizarlo más detenidamente.



La literatura es lo que tiene. Puede dar a conocer con todo lujo de detalles aquello que permanecía olvidado en una caja de libros viejos y sin valor aparente. Para algunos seguirá sin tenerlo pero se ha escrito para los otros, para quienes nos gusta conocer el pasado y nos gusta descubrir historias tan personales como esos diarios que van un poco más allá de lo que siempre se ha contado.