El culpable del descubrimiento es un libro, uno de tantos y tantos en cuyas portadas aparecen más o menos escondidas las esvásticas y las estrellas amarillas. Los hay por todas partes, pero es que no pasan de moda. Los testimonios directos se están acabando pero durante los últimos setenta años se ha recopilado tal cantidad de información que será suficiente para alimentar el conocimiento de muchas generaciones. Si, además, se mezcla con ficción, ingerirla es mucho más fácil.
En “La llave de Sarah”, Tatiana de Rosnay utiliza lo que ocurrió en París ese verano para contar la historia de una niña judía que lucha por sobrevivir a la muerte tras la redada mientras, sesenta años después, una periodista investiga lo ocurrido para escribir un artículo. Yo no sabía nada de ese episodio, seguramente la inmensa mayoría de la gente lo desconoce. Ha sido durante muchas décadas, como se suele decir, un tema tabú. La implicación de la policía francesa, encargada de sacar de sus casas a cerca de 13.000 judíos y reunirlos en el velódromo, es un asunto de vergüenza nacional de esos que, aunque sus ejecutores hayan fallecido, supone una sensación de culpabilidad por haber aportado un granito de arena a la Solución Final.
Con media hora de búsqueda en Internet surgen más libros, artículos, fotografías de placas de reconocimiento y películas. Conviene darse un paseo por la Red para conocer un poco más de nuestra historia y así aprender de los errores. Es un tópico, lo sé, pero sólo conociendo estos pequeños horrores nos damos cuenta de la magnitud del grande.