miércoles, 29 de septiembre de 2010

"Sin nada que decir"


¡Qué pereza! Lo más lógico sería llenar párrafos y párrafos sobre.....esto.....¿cómo se llama? ¡Ah, sí, la huelga a medias! Porque así es como se ha producido: sólo a medias. Un país no se para como por arte de magia y algunos hemos seguido con nuestro trabajo diario.

También deberíamos estar expectantes al salir a la calle por si vemos algún comportamiento poco habitual con eso de que el calendario marca 29 de septiembre. Pero al menos yo lo he hecho muy poco. En momentos de paseo por Madrid he decidido aislarme de todo con música. He elegido la misma canción que escucho con bastante frecuencia desde hace un par de semanas. Estaba en plena calle así que no era plan de escoger una con la que el cuerpo me pidiera baile. Hay que mantener las formas. Y además me apetecía escuchar esa. Así que, como no creo que tenga nada nuevo que decir sobre el acontecimiento del día y de la semana, os propongo desconectar un poco con buena música.



De Maldita Nerea sólo había escuchado dos canciones hasta hace dos o tres meses. La de las tortugas viene de tiempos universitarios y cada vez que la escucho no puedo evitar acordarme del momento exacto en el que la recibí en mi correo electrónico y empecé a tararearla sin parar. La de las cosas que suenan a tristes llegó bastante después y sin posibilidades de superar a la anterior, al menos para mí. Y esta es de esas que se meten en la cabeza y regalan frases que hasta se merecen un nick. Yo que tú haría caso y le daría otra vez al play.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Los agachaditos


Ahora entiendo. Quienes escribieron la canción esa de “H, I, J, K, L, M, N, A...” no tenían ni idea. No es que los agachaditos no sepan bailar, es que no pueden. Han estado todo el fin de semana vendimiando y hoy, lunes, apenas se pueden mover. Los racimos nos llamaban diciendo: “Agáchate, y vuélvete a agachar”. Y allá que íbamos tijera en mano para llenar las espuertas.

Aún no había terminado la semana de feria cuando, de repente, alguien quiso buscar un puesto de trabajo al prójimo. La viña era el lugar adecuado y el ambiente se contagió de esas ansias de recolección. Al principio, sólo uno o dos. Al final, unas horas antes del pistoletazo de salida, cinco jóvenes hechos y derechos que ya sabían dónde se metían. En lugar de coches, las calles de Villafranca están invadidas estas semanas por tractores. Detrás de ellos, remolques que a primera hora se ven vacíos. El objetivo es que esos jóvenes recojan lo suficiente como para que de ellos rebose la uva.



Siempre que se comienza una actividad como la vendimia se tienen unas expectativas muy definidas. Se suelen resumir en “llegar al final del líneo antes que los de al lado”, aunque también puede adquirir mucha importancia para la mente eso de “que parezca que alzo de la espuerta con mucha fuerza y que no se note que hinco la rodilla de vez en cuando”. Pero todo cambia después del primer almuerzo, cuando notas cómo empieza a doler la zona lumbar y la parte trasera de los muslos. Da igual si llegas antes o después. ¿De verdad lo van a notar? Siempre puedes decir que les llevas uno de ventaja o que tus cepas tenían muchos más racimos que las suyas, y más gordos.

A pesar del dolor físico y mental, también hay sonrisas entre cepa y cepa. Concretamente existe un momento que todos los vendimiadores hemos tenido la fortuna de vivir alguna vez en nuestra vida: pasar por encima del abrojo. Qué emoción. Qué carita de felicidad se aprecia en tu compañero cuando vuestra espuerta sobrevuela un matojo de pinchos que ha decidido nacer justo donde debería haber una cepa repleta de uva. Os miráis y sonreís. El “¡viva!” no llega a salir de vuestra boca por respeto a los vecinos del líneo de al lado. En ese instante no duele nada y lo único que te anima a seguir es pensar que quizás el próximo abrojo también te toque a ti.

La pastilla del día después no se ha inventado aún para los vendimiadores pero sabemos cómo afrontarlo. Si ese día también tienes que alzar, el mayor aliciente es sin duda el bocadillo del almuerzo y los ratillos de cigarro. Si, en cambio, vas a poder descansar en casa, la mejor receta es moverse lo menos posible y acordarse también del bocadillo del día anterior. Y del momento del abrojo.