martes, 28 de febrero de 2012

El valiente Anónimo


Solamente hacen falta un bolígrafo y unas pocas informaciones (verdaderas o falsas) para atacar al que consideramos enemigo. Nos olvidamos por un momento de quiénes somos en realidad y ya está. Si tenemos que llamarnos de alguna forma, aunque no tenemos obligación de hacerlo, nos pondremos un nombre histórico, conocido por todos: Anónimo.

Yo, es decir, Anónimo, puedo escribir lo que me dé la gana, de quien sea, con la extensión que sea, con las faltas de ortografía que sean necesarias; no importa, nadie sabrá quién soy exactamente. Sin embargo, quienes lean lo que he escrito adivinarán pronto mis ideas y la intención que tengo al manifestarlas: hundir a esas personas que están un escalón o dos por encima de mí y a quienes no hay otra forma de bajar al suelo que con insultos y más insultos.

Nuestro amigo Anónimo, o yo, o tú mismo, tenemos la ventaja de que no estamos controlados cuando exponemos lo que pensamos. Pongamos por ejemplo que queremos hablar de política, de políticos y del politiqueo. Hace unos meses ganaron los comicios autonómicos y municipales esos con los que yo, o tú, o él no simpatizamos y qué mejor manera de echar su trabajo por tierra o demostrar que no han trabajado que insultándoles. Y si son “los míos” los que ganaron no hay mejor forma de afianzarnos en el poder y pensar ya en lo que pueda pasar dentro de cuatro años que criticando a la oposición. Pero esto no lo hace Fulano o Mengano, no; lo hace Anónimo. ¿Quién será?

En un gran pequeño pueblo llamado Villafranca de los Caballeros el arma es la palabra. Suena idílico, propio de manifestaciones valencianas e incluso podemos pensar que en esta localidad los ciudadanos van metiendo flores en los cañones de las pistolas que se encuentran por la calle. Pero no, no es tan pictórico. Con palabras unidas de forma más o menos acertada se escribe de política como si no hubiese otra cosa que más les importase en sus vidas. ¿Qué quiénes son? No se sabe seguro, pero he oído por ahí que les llaman Anónimo.

Un momento. ¿He dicho que escriben de política? No, mentira. Escriben sobre las vidas de los enemigos y les falta adjuntar sus árboles genealógicos. En un pueblo donde todo el mundo les conoce y si no es así pregunta al vecino esta práctica es vergonzosa. Tan vergonzosa o más como el hecho de criticar a alguien por sus faltas de ortografía cometiendo unas cuantas.

Ahora sólo falta saber cuándo responderán los criticados; por alusiones, supongo. Tienen que defenderse con sus teorías políticas y versiones de lo que ha ocurrido en los últimos meses y, sobre todo, sacando a relucir el pasado de quienes hoy ni tan siquiera firman como Anónimo. ¡Qué menos que firmar! Hoy lo hacen unos, mañana lo harán otros y siempre sin decir quiénes son, qué nombre y apellidos figuran en su DNI. Eso sería demasiado complicado.

Esta historia de valentía seguirá persiguiéndonos siempre, es como el pez que se muerde la cola. Y, entre tanto, nosotros a mordernos las uñas pensando qué será de nuestro futuro mientras Anónimo y sus amigos intentan gobernarnos.