miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sprint final


Ahora sí que sí. Se acaba el 2010 con todo lo bueno y lo malo que ha ocurrido en él. Ya conocemos algunos avances de lo que nos van a deparar los próximos 365 días. Subida de algunas tarifas, elecciones municipales y atómicas, lo que cada uno tenga en mente en su vida personal....; muchas cosas, seguro. Pero si aún queda algo por hacer en este año, hacedlo ya porque está en las últimas.



Puede ser nuestra particular carrera de 100 metros lisos, aunque tenemos la oportunidad de dedicar un poco más de tiempo del que empleó Marion Jones hace ya más de una década. Ella es la protagonista de la foto con la que hacemos la última sentada al fresco del año. Como hemos dicho durante los últimas semanas, diciembre es ideal para los resúmenes y algunos están apurando para hacer los suyos sobre temas concretos. El deporte es el que me ha llamado la atención hoy, las mejores instantáneas realizadas desde el 2000 hasta el 2010, ambos inclusive. La que he elegido es sólo la segunda pero viene que ni pintada. Sólo son cincuenta, así que puede merecer la pena echarles un vistazo y darse cuenta de cómo ha cambiado el deporte en diez años y cuáles son las expectativas para los próximos.
 

A por el sprint final (the last sprint). Feliz año 2011 a todos los batienteros.

lunes, 27 de diciembre de 2010

The last exercise


Ya queda poco. Entre resúmenes, balances y propósitos podemos dedicar algunos minutos a realizar un ejercicio, el último de este 2010. Lo del título en inglés es una larga y familiar historia sin mucho sentido que, quien sabe, quizás dentro de un tiempo sí lo tenga. De versiones y expansión va la cosa.

En ocasiones, en nuestra época de estudiantes, hay que hacer trabajos bastante complicados, más de lo que en un principio parece. Siempre pasa que todo es más difícil cuando se trata de hablar de uno mismo. De los demás, facilísimo. ¿En realidad nos conocemos? Claro que sí, pero cuando nos preguntan cómo somos nos cuesta mucho describirnos. Pero, es lo que tiene, hay que hacerlo y no queda otra opción nada más que echar la vista atrás y analizar cómo actuamos y, en consecuencia, con que adjetivos nos identificamos. Se trata de una teoría de extremos, como cuando en el colegio y Espinete nos enseñaban la diferencia entre alto - bajo, blanco - negro, bueno - malo. Aunque, ahora que lo pienso, esta última nunca nos la han enseñado muy bien. El caso es que en este ejercicio que propongo no hay término medio, no hay personalidades grises. En parte es un error, pero por otro lado es necesario decidirse por uno de los dos extremos porque, de existir una opción intermedia, todos nos decantaríamos por ella.


No hay otra manera de hacerlo que decidiéndose. No es fácil. McCrae y Costa fueron quienes dividieron la personalidad en cinco grandes factores, dentro de los cuales hay que elegir uno de los dos extremos de las parejas de antónimos.

En primer lugar, la estabilidad emocional, dentro de la cual hay que decidir si somos calmados o ansiosos, seguros o inseguros, satisfechos de nosotros mismos o autocompasivos.

El segundo punto es la extroversión, la tendencia a estar o no acompañados, es decir, si somos sociables o retraídos, apasionados o fríos, afectuosos o reservados.

Después debemos analizar nuestra franqueza, confesando si somos personas imaginativas o prácticas, si preferimos la variedad o la rutina y si nos consideramos independientes o conformistas.

En cuarto lugar tenemos que conocer nuestro grado de simpatía, es decir, si comos tiernos o rudos, confiados o desconfiados y cooperadores o individualistas.

Por último, para completar nuestro ejercicio, estaría bien evaluar nuestra responsabilidad decidiendo si nos consideramos organizados o desorganizados, cuidadosos o descuidados y disciplinados o impulsivos.

Si lo pensamos, cuesta. Dependerá de las situaciones concretas, de las personas con las que estemos en cada una de ellas y también de la etapa de nuestra vida en la que nos encontremos. No será igual nuestra personalidad en la infancia que a los veinte años, ni tampoco que a los 63. Pero no está de más conocernos y, sobre todo, ver lo complicado que es describirnos en una palabra y desestimar la contraria. Anda, vamos a hacerlo, por si hay que cambiar alguna cosilla para el año que viene.