lunes, 27 de septiembre de 2010

Los agachaditos


Ahora entiendo. Quienes escribieron la canción esa de “H, I, J, K, L, M, N, A...” no tenían ni idea. No es que los agachaditos no sepan bailar, es que no pueden. Han estado todo el fin de semana vendimiando y hoy, lunes, apenas se pueden mover. Los racimos nos llamaban diciendo: “Agáchate, y vuélvete a agachar”. Y allá que íbamos tijera en mano para llenar las espuertas.

Aún no había terminado la semana de feria cuando, de repente, alguien quiso buscar un puesto de trabajo al prójimo. La viña era el lugar adecuado y el ambiente se contagió de esas ansias de recolección. Al principio, sólo uno o dos. Al final, unas horas antes del pistoletazo de salida, cinco jóvenes hechos y derechos que ya sabían dónde se metían. En lugar de coches, las calles de Villafranca están invadidas estas semanas por tractores. Detrás de ellos, remolques que a primera hora se ven vacíos. El objetivo es que esos jóvenes recojan lo suficiente como para que de ellos rebose la uva.



Siempre que se comienza una actividad como la vendimia se tienen unas expectativas muy definidas. Se suelen resumir en “llegar al final del líneo antes que los de al lado”, aunque también puede adquirir mucha importancia para la mente eso de “que parezca que alzo de la espuerta con mucha fuerza y que no se note que hinco la rodilla de vez en cuando”. Pero todo cambia después del primer almuerzo, cuando notas cómo empieza a doler la zona lumbar y la parte trasera de los muslos. Da igual si llegas antes o después. ¿De verdad lo van a notar? Siempre puedes decir que les llevas uno de ventaja o que tus cepas tenían muchos más racimos que las suyas, y más gordos.

A pesar del dolor físico y mental, también hay sonrisas entre cepa y cepa. Concretamente existe un momento que todos los vendimiadores hemos tenido la fortuna de vivir alguna vez en nuestra vida: pasar por encima del abrojo. Qué emoción. Qué carita de felicidad se aprecia en tu compañero cuando vuestra espuerta sobrevuela un matojo de pinchos que ha decidido nacer justo donde debería haber una cepa repleta de uva. Os miráis y sonreís. El “¡viva!” no llega a salir de vuestra boca por respeto a los vecinos del líneo de al lado. En ese instante no duele nada y lo único que te anima a seguir es pensar que quizás el próximo abrojo también te toque a ti.

La pastilla del día después no se ha inventado aún para los vendimiadores pero sabemos cómo afrontarlo. Si ese día también tienes que alzar, el mayor aliciente es sin duda el bocadillo del almuerzo y los ratillos de cigarro. Si, en cambio, vas a poder descansar en casa, la mejor receta es moverse lo menos posible y acordarse también del bocadillo del día anterior. Y del momento del abrojo.

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