lunes, 19 de abril de 2010

¡Vaya atasco!


Nunca un viaje estuvo tan bien planeado. Volver a España justo cuando en toda Europa empezaba a oler a humillo fue un acierto. ¡La que se ha liado! Aeropuertos cerrados, aviones aparcados, maletas libres del maltrato al que suelen ser sometidas antes y después de los vuelos y gente, mucha gente desperdigada por el mundo buscando la manera de volver a casa. ¡Qué intrépidos todos!, como dirían mis compañeras praguenses o pragueñas.

Parece ser que a partir de mañana la situación comenzará a normalizarse en buena parte del Viejo Continente. Aún así el volcán sigue con su juego y todavía va a hacer perder más dinero a las compañías aéreas, las principales perjudicadas. O al menos eso es lo que nos dejan ver las noticias de estos últimos días. También nos cuentan historias personales: estudiantes, turistas, ejecutivos, políticos. En este caso parece no haber diferencia de clases. Pero sólo eso: parece. Después de esa pieza informativa en la que todos exponen sus quejas y resignación el editor introduce la siguiente. En ella los protagonistas son los taxistas, que están haciendo su agosto. Hasta 1’20 euros llegan a cobrar por cada kilómetro recorrido a los viajeros desesperados. ¿Cifra lógica o abuso? No entiendo de taxis, pero ir de París a Madrid sale un pelín caro. Y si encima cuando llegas a tu destino después de horas y horas de carretera te enteras de que se han reestablecido algunos vuelos, entre ellos el tuyo, el “mecachis” se te escapa, seguro.


Ahora dicen que las medidas de seguridad tomadas por la UE han sido exageradas y que la nube de cenizas provocada por la erupción del volcán no era tan peligrosa para los aviones y, por lo tanto, para los miles y miles de viajeros afectados. De hecho se han realizado vuelos de prueba con éxito, pero sólo algunos. Justo después de que algunas compañías aterrizasen diciendo “no es pa’ tanto”, la ONU ha anunciado que algunos de sus aviones que han sobrevolado la zona más afectada sí han sufrido daños. ¿A quién se le hace caso? Lo que está claro es que la desesperación que acompaña a los viajeros hará que en cuanto se abran las puertas de embarque todos se lancen a ellas. Y a algunos impacientes les pillará en el taxi, cruzando Europa. Lo único que les podría consolar es que desde el avión apenas se ve el paisaje si vuelas en un día nublado. Desde el coche, mucho mejor, aunque la carrera salga un poco cara.

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